miércoles, 28 de septiembre de 2011

Es la Ley de las Hadas



Tendida en la penumbra de mi habitación, con los últimos vestigios de sueños extraños desapareciendo, me encaro contra una pequeña silueta recortada contra el resplandor de los dígitos del despertador.
No necesito encender la luz para saber qué es, ni cómo es: recuerdo cada pequeño detalle de la figurita, cada pliegue del conjunto azul, cada rizo, cada tonalidad de la pequeña hada que, sentada sobre una roca cubierta de hiedra, se mesa los cabellos con las delicadas alas extendidas y la mirada perdida.
Un hada, regalo de otra pequeña hada. Creo que la conservo sólo por eso, no me gustan las figuras, y menos de hadas. Siempre he sido más de dragones y bestias salvajes. Aunque también es cierto que me recuerda mucho una canción, una canción que me gusta por la letra más que por la música, y que define mi forma de vida, la ley que realmente sigo, sin imposición alguna. Es la Ley de las Hadas.
Miro la silueta de la estatuilla y empiezo a tararear, y acabo cantando toda la canción. Y cada estrofa me arranca una pequeña sonrisa, porque al final, no puedo evitar hacer el resumen:


Si quieres sonreír...
Si quieres escapar...
Sólo has de invocar a las hadas del bosque.


Saurom Lamderth casi siempre tiene ese efecto en mí, pero esta canción nunca falla. Siempre acabo cantando con una sonrisa pintada en la cara. Porque acabo recordando las hadas que están presentes en mi vida, las que lo han estado, y las hadas que he invocado cuando creía que no había ninguna más.
Hadas, dragones, bosques, cielos, ríos y mares, lobos y todo tipo de animales, seres humanos y otros humanoides, sacados de algún libro casi siempre, o de series, películas y juegos fantásticos.


Ahora todo es mucho más claro. No necesito invocar nada de eso, porque sé dónde están mis hadas. Aunque eso no significa que no lo haga; disfruto visitando el mundo de las hadas.  Aunque sean visitas breves.


Vuelvo a mirar la figura y sonrío. Recuerdo a mi hada regalándomela. Cojo los auriculares y me los pongo, enciendo el reproductor. Esta noche la acabaré soñando con las hadas y con una gran sonrisa tirando de mis labios.

viernes, 29 de julio de 2011

¿"Querido Diario"? Ni hablar (S)



No esperes que escriba aquí esa ñoñería de "Querido Diario". No soy así. 
Si estoy haciendo esto, es porque necesito desahogarme, olvidarme del mundo un rato mientras escribo. Escribiré muy de vez en cuando, así que, técnicamente, no eres un diario. Para mí, sólo eres un cuaderno con un formato demasiado recargado, uno de tantos otros que se acumulan en un rincón de mi cajón, con las páginas en blanco. Pero te llamaré así a falta de un nombre mejor.
Y con marcas de hojas arrancadas. Creo que esta es la vigésima o trigésima vez que empiezo un diario. A veces dejo una página escrita, para luego, unos días más tarde, releerla, reírme de mí misma y acabar por arrancarla y llevarla con el resto hasta la papelera, todas convertidas en bolitas de papel. Incluso si son dibujitos que hago en momentos de aburrimiento. 

Tampoco voy a escribir lo típico de las niñas o adolescentes de las películas americanas ("Hoy he visto a nosequién... es tan guapo, creo que estoy enamorada..." o "Estoy muy triste, mi gatito se ha muerto..."). No soy así.
Escribiré una narración del hecho que me haya perturbado. O de lo que no me haya perturbado, en el caso de que simplemente sienta la necesidad de escribir, o de que me pase alguna cosa curiosa. Como hoy, que me he acordado de todas esas veces que intenté escribir un diario, al encontrarte, junto con el resto de diarios, al ir a ordenar de una vez el cajón. De este modo podré aclarar mis ideas.
Además, sé que mi querido hermano va a intentar leer esto. Así que, cuanto menos entienda mejor.
(Dan, si ya has leído hasta aquí, ve cerrando el maldito diario, porque como te pille te la cargas. Pero mucho. Atentamente, tu hermana mayor).

He escrito un par de cosas sobre cómo no soy. Entonces ¿cómo soy?
La verdad es que no sabría expresarlo con palabras. Tampoco quiero, eso significaría definirme, ponerme límites a mí misma.
Para conocerme, para saber cómo soy, sólo hay un secreto: pasar tiempo conmigo.
Tal vez, según vaya escribiendo, además de aclararme, descubra algunas cosas de mí misma. Soy bastante predecible, pero quién sabe. Alguna vez, puedo sorprender con algo totalmente inesperado.

martes, 26 de julio de 2011

Días tontos, días de reflexiones





Esos días en los que, en el momento más insospechado, los pensamientos que no sabías que tenías, surgen repentinamente en forma de una reflexión sin sentido alguno.
Ayer tuve uno de esos días. Charlando tranquilamente sobre mis proyectos varios, en una cena normal y corriente. Salvo por un pequeño detalle: ayer me serví un vaso de cerveza. No tomaba cerveza desde que volví a casa.
En un momento, la conversación se apagó misteriosamente, y a mí no se me ocurrió otra cosa que mirar el fondo de mi vaso. Cerveza rubia. Un bar, los amigos. Por otro lado, una canción de Extremoduro, "Stand By". Y bebe rubia la cerveza pa' acordarse de su pelo... Y muchos más recuerdos. Recuerdos que llevan a recuerdos, y acabo en una redundancia nostálgica, mirando cara a cara a esos pequeños problemas que, por minimizarlos, ignoro hasta que acaban saliendo a la luz en esos días, en esos momentos. Y no puedo parar. 
Es una tortura, donde la torturada y la torturadora son la misma persona. Yo, yo y sólo yo. Así que acabo enfadada conmigo misma, de la manera más tonta posible, casi con lágrimas en los ojos debido a la mezcla de nostalgia, tristeza, frustración y enfado que yo solita he creado. 
Lo peor, casi lo más doloroso, es que lo único que se me ocurre hacer es correr.
Correr, para escapar de mis problemas.
Correr, para encontrarme con mis problemas.


Pero ya no puedo correr.  

domingo, 17 de julio de 2011

Una extraña rutina

Últimamente eran la comidilla del pueblo. En una aldea remota, donde hacía mucho que no pasaba nada digno de mención, el comportamiento de esos dos era ciertamente extraño, un tanto fuera de lugar.
Eran un par de soldados, un hombre y una mujer. Hasta ahí, todo normal, en el pueblo había una pequeña guarnición de guerreros, dispuestos a defender a sus familias si llegara el caso. Pero hacía mucho que no llegaba el caso, y los guerreros estaban prácticamente inactivos, se limitaban a entrenar una o dos veces por semana y a salir de cacería de vez en cuando. 
Pero estos dos no. Un día, sin más, como otro cualquiera, salieron de su hogar, perfectamente pertrechados, e iniciaron la patrulla bordeando la muralla de estacas. Cuatro o cinco vueltas alrededor, y de nuevo a casa. Así unas tres veces al día, el número de veces, de vueltas y el horario variaban, pero no fallaban ni un solo día. 
Eran una pareja curiosa. Él, alto, corpulento, con ropas que variaban entre los azules oscuros y los grises, portando dos espadas y probablemente alguna daga escondida. Ella, algo más pequeña, apenas un palmo, pero también corpulenta, teniendo en cuenta que era una mujer, vestida siempre de negro y equipada con un arco y su respectivo carcaj de flechas, y un cuchillo a la cintura. Avanzaban a paso rápido, al mismo ritmo, con zancadas largas, diferenciables sólo en la ligereza de las de ella, más ágil y sigilosa. 
Y no hablaban. Cruzaban alguna palabra de vez en cuando, al percibir alguna novedad en el camino o, si estaban animados, comentado alguna cosilla de los que se cruzaban con ellos, mirándolos extrañados. Pero generalmente, avanzaban en silencio, él, mucho mayor, concentrándose en sus músculos y en mantener una respiración equilibrada; ella, con la cabeza alta, pero la mirada baja, fría, distante, lo que indicaba que se hallaba sumida en sus pensamientos. 
Y aun así, no se les pasaba nada por alto. No se podía decir que su labor no fuera de utilidad: notificaban sobre las huellas de los animales, para cazarlos o mantenerse alertas ante los posibles predadores de los rebaños de la aldea; sobre la actitud de los mismos, y los cambios en el tiempo, que muy pocos se molestaban en advertir; sobre las zonas en las que aparecían setas o frutas silvestres, por ejemplo. 
De vez en cuando, algún campesino que volvía de labrar sus tierras se detenía saludarles, y si había confianza, a hablar con él. Con ella, bueno, acababa de volver a la aldea después de pasar años formándose en la lejana capital, y la confianza de cuando era niña se había esfumado. Y su mirada, fría y distante, inquietaba a sus vecinos.
Nadie entendía el porqué de esta repentina rutina, que no tenía razón de ser aparentemente. 
El tiempo pasó y, al final, los habitantes de la aldea dejaron de comentar el asunto. Pero ellos siguieron, invariablemente, patrullando alrededor de la aldea todos los días.


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Si te aburres, deja volar tu imaginación. Estamos obligados a vivir en este mundo, pero eso no impide que hagamos una pequeña visita a otros ;) 
   

sábado, 18 de junio de 2011

Aparición (A)

Un cuarto interesante. Demasiadas imágenes de animalejos en las paredes. El portátil, los apuntes desparramados por la mesa. Ligeramente desordenado. Creo que he llegado un poco pronto. Tampoco importa, me tumbo en la cama. ¿Tal vez una cabezadita? Siempre puedo salir a decirles a ese par de gilipollas que dejen de torturar al mundo con su mierda de música. Bah, paso de armar jaleo. Por ahora.

Alguien sube por las escaleras, espero que sea ella. Estoy aburrido, quiero acabar esto cuanto antes y vivir mi vida. Oigo un ruido en la puerta, supongo que se abre. El armario está roto y se abre solo, tapa la entrada. Conociéndola, algún día se meterá una ostia. Debería quejarse al director y que se lo arreglen, será idiota.

El armario se cierra, ha empujado la puerta. Oh, qué cara se le ha quedado. Sorpresa, ¿rabia? Ya le he jodido los planes, señorita tengo-que-tenerlo-todo-bajo-control. Me encanta.

- ¿Qué haces aquí?
- Oh, qué cariñosa. Siempre me han encantado tus saludos, son tan emotivos. Yo también te he echado de menos.
- ¿Esperabas otra reacción, después de presentarte así?

No, realmente no. En cuanto la conoces un poco, Shayna resulta completamente predecible, y lo sabe. Pero no le voy a decir eso ahora, no me interesa cabrearla demasiado, he venido por algo.

- Mm, no sé, generalmente lo primero es que me pregunten quién soy, cómo me llamo y esas cosas.
- Como si no lo supiera ya. Nos conocemos perfectamente. ¿Qué haces aquí?
- Visitarte, ¿no lo ves?
- Ya, muy gracioso. Si has venido sólo para eso, ya te estás largando.

Ja, se está molestando. Cómo le jode no tener el control de la situación. Más aún que lo tenga yo. Genial.

- Tranquila, no hace falta que me muerdas. En seguida me iré y te dejaré seguir con tu emocionante vida. Y haré la mía. Sólo necesito una última cosa.
- ¿Qué quieres?
- Sólo una cosa, una tontería. Mi nombre. Quiero que digas mi nombre.
- ¿Qué? ¿A qué coño viene eso ahora?
- A que después de tantos meses, no has dicho mi nombre ni una vez. Si te crees que así vas a cambiar lo que ha pasado, lo llevas claro. Y en realidad no te arrepientes, reconócelo de una vez. Reconóceme.

Ha sido un golpe bajo, los recuerdos. Sé que le jode. Pero estoy hasta los cojones. Ni una puta vez ha dicho mi nombre. Y yo necesito un nombre.
Va hacia la puerta, ya está huyendo otra vez. Nunca se enfrenta a los problemas, nunca contesta lo que realmente piensa. Sólo cuando está de mala ostia. Pues que se joda, esta vez no le pienso dejar escapar. Cruzo el brazo delante de la puerta. Se aparta.

- Vete a la mierda, Axel.
- Yo también te quiero. No te preocupes Shayna, nos volveremos a ver.

Me voy, cierro la puerta. Por fin. Ahora ya puedo vivir mi vida. Creo que empezaré dejando un par de cosas claras a ese par de gilipollas. Así por lo menos Shayna podrá amargarse en silencio. Seguro que está en la cama recordando. Será idiota. 
Que le den. Tengo una vida. Mi vida.

Aparición (S)

Cuatro pisos y el maldito ascensor sigue sin funcionar. Genial, vamos a por ello, un poco de ejercicio nunca viene mal ¿no?
Por Dios, aún no he llegado al tercero y ya puedo oír la guerra entre Marcos y Soraya. A ver, esta noche parece que son The Prodigy versus Ricky Martin. Menos mal que me he acordado de comprar auriculares, me volveré a refugiar en mi búnker de rock y metal mientras traduzco un poco a Jenofonte.
Cuando llego, Ana está intentando convencerles de que bajen el volumen. Por su cara, paree que llevan ya un rato así. Buena suerte, yo prefiero no meterme.
Abro la puerta con un bostezo, las llaves a su sitio. La puerta del armario otra vez abierta, algún día no me daré cuenta y me la comeré. La cierro de un empujón. Oh. Esto sí que no me lo esperaba. Mierda. Ahora no sé qué hacer. Y él tan tranquilo, tirado en mi cama como si estuviera en su casa. 

- ¿Qué haces aquí?
- Oh, qué cariñosa. Siempre me han encantado tus saludos, son tan emotivos. Yo también te he echado de menos.
- ¿Esperabas otra reacción, después de presentarte así?

Ya lo sé, estoy de malas. No aguanto que me fastidien los planes. Y menos él.
Todavía con su sonrisa de suficiencia, como si controlara la situación. Le encanta molestarme.

- Mm, no sé, generalmente lo primero es que me pregunten quién soy, cómo me llamo y esas cosas.
- Como si no lo supiera ya. Nos conocemos perfectamente. ¿Qué haces aquí?
- Visitarte, ¿no lo ves?
- Ya, muy gracioso. Si has venido sólo para eso, ya te estás largando.
- Tranquila, no hace falta que me muerdas. Enseguida me iré y te dejaré seguir con tu emocionante vida. Y haré la mía. Sólo necesito una última cosa.
- ¿Qué quieres?
- Sólo una cosa, una tontería. Mi nombre. Quiero que digas mi nombre.
- ¿Qué? ¿A qué coño viene eso ahora?
- A que después de tantos meses, no has dicho mi nombre ni una vez. Si te crees que así vas a cambiar lo que ha pasado, lo llevas claro. Y en realidad no te arrepientes, reconócelo de una vez. Reconóceme.

Eso ha sido un golpe bajo. No sé qué decir. No sé qué pensar. Oleada de recuerdos. Voy hacia la puerta, él se ha levantado ya. Abro, me cruza el brazo para impedirme salir. Me aparto.

- Vete a la mierda, Axel.
- Yo también te quiero. No te preocupes Shayna, nos volveremos a ver.

Y se larga tan tranquilo. Ojalá que no sea verdad. Cierro la puerta, me voy a la cama. A la mierda Jenofonte.


viernes, 10 de junio de 2011

Tempus fugit



Una mañana se levantó, y la plaza, su plaza, esa que observaba todas las mañanas nada más levantarse, estaba repentinamente cuajada de rosas.
 
Esa mañana estuvo alegre y activa. Levantarse con semejantes vistas era realmente hermoso, la primavera estallaba con todas sus fuerzas, desplegando un sinfín de colores para ella, directamente bajo su ventana. Hacía buen tiempo, y eso también animaba.

Esa noche lloró. Había vivido tantas cosas, que el año se había escapado sin que se diera cuenta. Si se paraba a pensarlo, era incapaz de distinguir unos días de otros, sus recuerdos eran un continuum de momentos que habían marcado el curso. Tanto buenos como malos. Los nervios del primer día. El empezar a conocer gente y trabar amistades. Ilusiones y desilusiones. Las clases, salir, aunque más bien poco, y los ensayos de teatro. Risas mezcladas con lágrimas y enfados. Preocupaciones y despreocupaciones. Nervios y relax. Novedades y redescubrimientos, más ilusiones. Demasiadas cosas y parecía que el tiempo no pasaba por ella.

Y ahí estaban las rosas para recordarle que el tiempo sí que había pasado. Que en otro año se iba, que llegaba el verano. Un año antes estaría feliz. Vacaciones. Esa parte le gustaba. 
Pero también significaba que su libertad iba a desaparecer en gran medida. Que no iba a ver a sus amigos, cada uno volvía a su casa. Se acabaron las charlas nocturnas en cuartos ajenos, sentarse en las escaleras de la facultad con los compañeros a hablar de nada. Que iba a estar prácticamente sola, otra vez. Intentaba consolarse pensando en que sólo iban a ser dos meses. Eternos, pero dos.
Y cuando por fin estaba a punto de dormirse, su subconsciente, ese maldito e inoportuno traidor, le recordó que muchos no iban a volver. Que unos se mudaban, otros cambiaban de carrera y otros acababan ya definitivamente. 

Tempus fugit

Siempre se lo habían dicho, pero hasta que no lo vivía no se daba cuenta de la gran verdad que contienen esas dos palabras. Y luego se le volvía a olvidar.

                                           

El tiempo vuela... pero he decidido que mientras quede tiempo, yo también lo haré. 

miércoles, 1 de junio de 2011

El Lobo y la Luna



"En un tiempo perdido, la luna era siempre redonda y lejana, atada detrás del cielo y colgada de la nada entre vacíos. Miraba el mundo a sus pies coronada de plata y olvido. Y estaba bien mirando en la distancia. Pero una noche, distraída, se acercó demasiado a la Tierra y se le enredaron los dedos en las ramas de un árbol. Cayó de pie sobre la hierba y de repente le salió al paso una sombra oscura: pelo crespo, ojos negros y una sonrisa lobuna. Cabriolas de luz de luna enmarañada de lobo jugando entre arbustos y colinas. Aullidos y risas y rumor de estrellas entre las hojas. Pero todo lo que empieza acaba y el lobo volvió al bosque y la luna al cielo. Cuenta la leyenda que antes de separarse, la luna le robó al lobo su sombra para vestirse de noche el rostro y recordar el aroma de bosque. Y que desde entonces el lobo le aúlla a la luna llena que le devuelva su sombra..."

- Eso no lo has escrito tú, ¿verdad?
- No, lo leí por ahí de casualidad... ¿tanto se nota?
- Claro. Tu estilo es distinto, lo habrías expresado de otro modo.
- La historia también habría sido distinta.
- ¿Distinta, cómo? Cuéntamela.
- Muy bien, ésta sería mi historia:

En un tiempo perdido...No, en realidad.... Volveré a empezar:

No hace mucho tiempo un lobo recorría los bosques. Ésa era su ocupación, correr buscando algo sin encontrar nada, sin saber que buscaba. Conocía todos los árboles y arbustos de su bosque, todos los animales, aunque de vez en cuando aparecía alguno nuevo. Otros se iban. En ocasiones, carmenando su bosque sombrío, vislumbraba un  destello de luz. Una noche, un rayo se coló entra las hojas y alcanzó su ojo. Fue efímero y enseguida volvió a su búsqueda inconsciente, siguió corriendo una y otra vez por los mismos sitios y olvidó ese fino haz de luz. Un tiempo después, volvió a verlo, pero esa vez, decidió seguirlo y le condujo a un pequeño claro que desconocía, bañado por la luz. Se decidió, por una vez, a alzar el hocico, dejar de buscar y mirar el cielo. Y allí estaba la luna, grande, hermosa, brillante. Se sentó y empezó a hablar con ella. Tenía una nueva amiga en el bosque. De repente, las noches cambiaron y el lobo ya no buscaba nada más que aquel claro en el que relucía la luna, y se sentaban y hablaban durante horas. Pero la luna estaba lejos, y el lobo quería que se acercara, para verla, para conocerla mejor. Ella era reticente pero poco a poco, noche tras noche, se fue acercando. Pero pronto el lobo se dio cuenta de que necesitaba algo más. Necesitaba que la luna bajara y le acariciara, simplemente que le rozara, no pedía más. Una prueba de que era real. Y parecía que la luna quería bajar, pero no lo hizo. El Tiempo se les echó encima, y la luna desapareció con los primeros rayos de sol. Tal vez se arrepintiera de haber descendido tanto. Tal vez pensaba que el lobo era demasiado joven para ella, que había visto nacer el mundo. Y se alejó con la promesa de no volver a acercarse. Fue entonces cuando el lobo descubrió la sombra que proyectaba gracias a la luna, cada vez más tenue. Pero seguía ahí, y desde entonces, el lobo sólo puede ir al claro y aullar al cielo deseando que vuelva la luna, aun con su promesa presente. Porque ella se había ido sin demostrarle que era real."

- ¿Y la luna?
- ¿Qué pasa con la luna?
- No hablas de ella, no explicas qué es lo que pensaba.
- Claro, aquí cada cual aporta su parte de la historia. El lobo nunca supo lo que pensaba la luna. Demasiado cobarde como para preguntar, se escondió entre las sombras de su bosque. Si quieres saberlo, pregúntale a ella. Es la única que contará esa historia. Si quiere.
- Seguro que es una historia preciosa.
- ¿Preciosa? Tal vez, no creo. Pero aun así me gustaría conocerla.

martes, 31 de mayo de 2011

Montaña Rusa (30/5/2011)


Se tumba pesadamente y se tapa, suavemente, con calma, apenada. Una vuelta y otra, y otra más. Se enfada y se quita el edredón, de repente hace calor. Un puñetazo a la almohada, se levanta de golpe, enciende el ordenador... y nada. El arrebato de ira desaparece, dejando una sensación de vacío y tristeza de nuevo. Otra vez a la cama, ahora sólo se cubre con la sábana. Da vueltas de nuevo, piensa en ella, en él, en todos. Intenta escaparse a su mundo paralelo, pero los recuerdos se cuelan y reflexiones cada vez más pesimistas perturban el remanso que buscaba, amargando todavía más su noche. Recuerda una conversación y se preocupa, sin motivos ni sentido, sin resultados. Piensa en alguna tontería y sin más echa a llorar, sin razón aparente. Quiere ser consolada, pero no sabe de qué, ni cómo, y se frustra y enfada de nuevo. Quiere desahogarse, escapar del vaso de agua en el que se está hundiendo. Se levanta casi sin energías, dos ríos corriendo por sus mejillas, y vuelve a conectar el portátil. Los dedos se deslizan acariciando las teclas mientras espera que aparezca el fondo de pantalla. De repente, cambia de opinión y baja la tapa de un golpe, vuelve a la cama enfadada. Sin más. Los ruidos de la noche le molestan, está a punto de salir a pegar cuatro gritos, se contiene. Se le han adelantado. Entre vueltas oye un secador, la vecina se queja. Se echa a reír, una pequeña carcajada, porque se siente identificada. Consigue evadirse por un momento, quizá un par de horas en las que, si bien no es feliz, al menos se mantiene a flote y tal vez duerme algo. De nuevo vueltas y más vueltas, pensamientos, recuerdos, sentimientos y emociones que se pelean por apoderarse de su cuerpo y su mente, sin tregua ni ganadores, aunque parece que destacan la tristeza, frustración, ira e indiferencia. A veces asoma algún brote de alegría espontánea, piensa en reírse pero teme que las carcajadas suenen a histeria. Pero sobre todo miedo, de sí misma, de su comportamiento, de la montaña rusa en la que de repente se encuentra sin saber cómo ni cuándo ha subido, sin la más remota idea de cuándo podrá bajar. La mañana se cuela por las rendijas de la persiana acompañada de los trinos y gorjeos primaverales de los pájaros. Al principio le molestan, luego los considera agradables, le vuelven a molestar. Todo se ha puesto en su contra. Ya es la hora, se levanta de mala gana. Esa mañana va a la piscina, una hora después casi es ella misma. Nadar le resulta relajante, y se da cuenta de lo que le va pasando. Con cierta perspectiva, todo es más claro; la montaña rusa le había mareado demasiado, ya no podía ni pensar lógicamente. Aunque eso no significa que vaya a estar mejor. Lo que le ocurre por desgracia no tiene consuelo, tampoco lo quiere ya, pues no son más que tonterías. Vuelve a su cuarto, y por el camino se da cuenta de que lleva un par de días un poco tonta, pagándolo con el resto, con los que le importan, creyendo que los que estaban raros eran ellos, emparanoiada con cosas de su invención e ignorando sin darse cuenta el mundo en el que se supone que vive. Quiere pedir disculpas pero no sabe cómo hacerlo. Vuelve al ordenador dispuesta a escribir, al menos relatar lo que le ha pasado. Pero las Musas no acuden y se vuelve a enfadar. Baja a comer, de nuevo la apatía y la tristeza se adueñan de ella. Explica lo que le pasa, le comprenden, también han pasado por lo mismo. Y ella desde luego no es la primera vez que lo sufre, lo que no puede explicar es cómo ha tardado tanto en darse cuenta, dejando que afectara a alguien más.
Pero hay todavía gente que no lo sabe, con quien no ha podido sacar el tema, por lo que, casi sin ganas, decide escribir algo al respecto. No sabe si lo leerán o no, le basta con saber que tiene la oportunidad de redimirse. Se conecta y empieza a escribir... no está satisfecha con el resultado, pero no sabe de qué otro modo expresarse. Si hubiera alguien interesado, lo entendería o preguntaría. Para ella ya es suficiente, empieza a arrepentirse de haber escrito semejante parrafada. Le falta el título para poder apagar el ordenador e irse a dormir con la esperanza de que luego la tarde sea mejor.
"Escribe un título aquí..." Tal vez, algo que definiera su estado como el texto que ha escrito no lo ha hecho, concisamente:
Montaña Rusa

Esperando (20/5/2011)


"¿Qué estás haciendo?" me pregunta la barra de estado.
Nada.
Todo.
No puedo describirlo, no es fácil, nunca lo ha sido. Supongo que por eso mismo es por lo que luego atesoro recuerdos de este tipo con más precisión y, generalmente, cariño.
Estoy haciendo nada, el tonto en el ordenador, estudio a ratos, otros los paso con algún juego banal pero adictivo; ahora satisfago esa necesidad compulsiva que a veces me invade y me lleva a escribir, pulsar suavemente las teclas sin importar lo absurdo del resultado. Siempre busco expresar lo que siento, que, si alguien por un casual leyera lo que he escrito, se sintiera identificado, o al menos me comprendiera. El problema es cuando no tengo claro lo que siento.
Nada.
Todo.
Estoy feliz, satisfecha, preocupada, un poco triste, solitaria, acompañada, nerviosa, relajada... podría usar miles de términos opuestos y complementarios entre sí que definirían mi estado actual, me sería imposible identificarme con uno solo de ellos.
Con una excepción.
Esperando. Estoy esperando algo, una pista, una gran flecha que me indique por dónde debo ir para llegar a donde deseo, que me diga lo que tengo que decir para escuchar la respuesta que quiero, lo que tengo que hacer para recibir lo que anhelo.
Pero esas flechas hace mucho que se acabaron, dejándome en manos del destino y de la inexperiencia.
Por eso ahora mismo, para expresar cómo me siento, lo que estoy haciendo y por qué lo hago, sólo puedo decir:
Te estoy esperando.

Espejos (22/2/2011)

Una noche como otra cualquiera de insomnio. O quizá no. Esas horas que mi mente atraviesa sin detenerse demasiado en contemplar nada, en ocasiones, muy escasas, sirven para descubrir cosas que no sabía, o como mucho intuía. No hace mucho que tuve una de esas noches. En esa ocasión, el tema eran los espejos. Me di cuenta de que en mi vida ha habido muchos espejos, de muchos tipos: grandes, pequeños, casi invisibles, opacos o brillantes, con un reflejo fiel o distorsionado. Sin embargo, había pocos en los que realmente me pudiera reflejar tal y como era. Éstos pocos eran espejos que habían estado conmigo desde siempre, o por mucho tiempo. Esa noche me di cuenta de que el tiempo también afectaba a los espejos. Yo crecía y los espejos no me reflejaban del mismo modo. Pero habían estado siempre conmigo, para todo, por lo que me permitía creer que todo era como fue y como sería. Y no pude ver las diminutas grietas formadas por la erosión del tiempo en tan bellos espejos. Esa noche me di cuenta de que ya son varios años los que llevo negando la realidad a pesar de conocerla a la perfección, tratando de mantener unidos todos los fragmentos de cristal que el tiempo destrozó. Pero, ¿qué puedo hacer? Pues sigo sin querer renunciar a todos esos momentos reflejados en mis espejos, temerosa de que los recueros se pierdan entre una brillante lluvia de cristal. Esa noche, mientras dormía, mi mente era un laberinto de espejos vacíos, en los que me dedicaba a jugar a los malabares con cristales rotos.

Frío despertar (9/11/2010)

Casi sin darme cuenta, venciste mis reservas.
Y volví a soñar, me dejé llevar por las alas de mi imaginación, como una tonta, pues sabía lo que podía pasar. No puedo evitar tener la esperanza de que, por una vez, sea diferente.
Pero, una vez más, me veo obligada a caer en la realidad, después de que mis alas hayan sido dolorosamente arrancadas.
Caigo otra vez, pero decido no dejarme llevar por la fuerza de mis sentimientos, hasta el fondo del abismo, del vacío y el dolor que mi ser puede albergar. Decido quedarme en tierra, con el corazón deshecho en lágrimas de sangre. Decido cubrir mis ojos, hasta hace poco brillantes de ilusión, con un velo que impida escapar esas lágrimas traicioneras. Decido rodear mi corazón con un grueso muro, frío, oscuro, denso e inquebrantable.
Hasta que, algún día, las heridas se cierren y mis alas regeneradas puedan llevarme de nuevo entre mis fantasías desmedidas, por un mundo en el que el peor y único dolor que existe es el físico, lejos de los muros que tanto me he afanado en construir.
Porque siempre me dejo llevar por la esperanza.
Aunque me estrelle contra el suelo que abandoné, una y otra vez, merece la pena levantarse para darme otra oportunidad. Tal vez algún día vuele sin riesgo de perder mis alas, con la seguridad de que, si aterrizo, lo haré porque quiero, y que cuando lo desee podré volver a despegar.
Porque merece la pena sólo por saber que tú eres feliz y que, al menos, te preocuparía el hecho de que cayera demasiado. Sólo por eso, por ese pequeño detalle, me esforzaré porque no veas la devastación de mi interior, esa que, sin saberlo, sin siquiera intuirlo, has provocado. Nunca lo sabrás, no lo confesaré. Sólo por ver cómo me sonríes sin reservas, pensando que tus actos no me afectan del modo en que en realidad lo hacen.
En tu mundo, lo de hoy ha sido un comentario fortuito. En el mío, ha sido la destrucción total de todo aquello en lo que quería creer, ha supuesto destrozar mis sueños, despertándome con una ducha fría de realidad.

El comienzo

Como no podía ser de otro modo, me siento obligada a medio presentarme, más bien a explicar a algún posible lector ocasional, a la vez que a mí misma, mi llegada al mundo del blog. 
En realidad, todo esto ha sido una emboscada de mis amigas, insistentes (yo la verdad sigo sin acabar de creerles) en el tema de que escribo bien y que es algo que debería compartir. Así que cuando han visto que ya eran suficientes con la misma opinión, me han sentado frente al ordenador y me han creado el blog. No pienso engañarme, la verdad es que me hace ilusión, y sube bastante la autoestima. Así que aquí estoy, tecleando sin sentido.
No podré actualizar esto muy a menudo, las Musas me esquivan; cuando no pueda más, me desahogaré, con la esperanza de ser comprendida y que el supuesto lector de antes se sienta identificado, si quiere. Pero no todo serán cosas tristes. Si me siento lo suficientemente inspirada, trataré cualquier sentimiento que se me presente, tal vez narre algún suceso importante o que me haya emocionado; algunos días inventaré alguna cosilla intentando distraer mi mente, mencionaré cuentos, poemas, o reflexiones que me hayan gustado, otros liberaré mi lado salvaje, mi alma de loba. Creo que intentaré seguir ese buen consejo, y dejaré que mi alter ego tome el control de mis escritos ocasionalmente. 
Pero por hoy ya es suficiente, es tarde y llegan los exámenes finales; debería estar estudiando o luchando con mi insomnio. Mejor dejo de escribir antes de que empiece a divagar demasiado.

Encantada de estar aquí :)