viernes, 29 de julio de 2011

¿"Querido Diario"? Ni hablar (S)



No esperes que escriba aquí esa ñoñería de "Querido Diario". No soy así. 
Si estoy haciendo esto, es porque necesito desahogarme, olvidarme del mundo un rato mientras escribo. Escribiré muy de vez en cuando, así que, técnicamente, no eres un diario. Para mí, sólo eres un cuaderno con un formato demasiado recargado, uno de tantos otros que se acumulan en un rincón de mi cajón, con las páginas en blanco. Pero te llamaré así a falta de un nombre mejor.
Y con marcas de hojas arrancadas. Creo que esta es la vigésima o trigésima vez que empiezo un diario. A veces dejo una página escrita, para luego, unos días más tarde, releerla, reírme de mí misma y acabar por arrancarla y llevarla con el resto hasta la papelera, todas convertidas en bolitas de papel. Incluso si son dibujitos que hago en momentos de aburrimiento. 

Tampoco voy a escribir lo típico de las niñas o adolescentes de las películas americanas ("Hoy he visto a nosequién... es tan guapo, creo que estoy enamorada..." o "Estoy muy triste, mi gatito se ha muerto..."). No soy así.
Escribiré una narración del hecho que me haya perturbado. O de lo que no me haya perturbado, en el caso de que simplemente sienta la necesidad de escribir, o de que me pase alguna cosa curiosa. Como hoy, que me he acordado de todas esas veces que intenté escribir un diario, al encontrarte, junto con el resto de diarios, al ir a ordenar de una vez el cajón. De este modo podré aclarar mis ideas.
Además, sé que mi querido hermano va a intentar leer esto. Así que, cuanto menos entienda mejor.
(Dan, si ya has leído hasta aquí, ve cerrando el maldito diario, porque como te pille te la cargas. Pero mucho. Atentamente, tu hermana mayor).

He escrito un par de cosas sobre cómo no soy. Entonces ¿cómo soy?
La verdad es que no sabría expresarlo con palabras. Tampoco quiero, eso significaría definirme, ponerme límites a mí misma.
Para conocerme, para saber cómo soy, sólo hay un secreto: pasar tiempo conmigo.
Tal vez, según vaya escribiendo, además de aclararme, descubra algunas cosas de mí misma. Soy bastante predecible, pero quién sabe. Alguna vez, puedo sorprender con algo totalmente inesperado.

martes, 26 de julio de 2011

Días tontos, días de reflexiones





Esos días en los que, en el momento más insospechado, los pensamientos que no sabías que tenías, surgen repentinamente en forma de una reflexión sin sentido alguno.
Ayer tuve uno de esos días. Charlando tranquilamente sobre mis proyectos varios, en una cena normal y corriente. Salvo por un pequeño detalle: ayer me serví un vaso de cerveza. No tomaba cerveza desde que volví a casa.
En un momento, la conversación se apagó misteriosamente, y a mí no se me ocurrió otra cosa que mirar el fondo de mi vaso. Cerveza rubia. Un bar, los amigos. Por otro lado, una canción de Extremoduro, "Stand By". Y bebe rubia la cerveza pa' acordarse de su pelo... Y muchos más recuerdos. Recuerdos que llevan a recuerdos, y acabo en una redundancia nostálgica, mirando cara a cara a esos pequeños problemas que, por minimizarlos, ignoro hasta que acaban saliendo a la luz en esos días, en esos momentos. Y no puedo parar. 
Es una tortura, donde la torturada y la torturadora son la misma persona. Yo, yo y sólo yo. Así que acabo enfadada conmigo misma, de la manera más tonta posible, casi con lágrimas en los ojos debido a la mezcla de nostalgia, tristeza, frustración y enfado que yo solita he creado. 
Lo peor, casi lo más doloroso, es que lo único que se me ocurre hacer es correr.
Correr, para escapar de mis problemas.
Correr, para encontrarme con mis problemas.


Pero ya no puedo correr.  

domingo, 17 de julio de 2011

Una extraña rutina

Últimamente eran la comidilla del pueblo. En una aldea remota, donde hacía mucho que no pasaba nada digno de mención, el comportamiento de esos dos era ciertamente extraño, un tanto fuera de lugar.
Eran un par de soldados, un hombre y una mujer. Hasta ahí, todo normal, en el pueblo había una pequeña guarnición de guerreros, dispuestos a defender a sus familias si llegara el caso. Pero hacía mucho que no llegaba el caso, y los guerreros estaban prácticamente inactivos, se limitaban a entrenar una o dos veces por semana y a salir de cacería de vez en cuando. 
Pero estos dos no. Un día, sin más, como otro cualquiera, salieron de su hogar, perfectamente pertrechados, e iniciaron la patrulla bordeando la muralla de estacas. Cuatro o cinco vueltas alrededor, y de nuevo a casa. Así unas tres veces al día, el número de veces, de vueltas y el horario variaban, pero no fallaban ni un solo día. 
Eran una pareja curiosa. Él, alto, corpulento, con ropas que variaban entre los azules oscuros y los grises, portando dos espadas y probablemente alguna daga escondida. Ella, algo más pequeña, apenas un palmo, pero también corpulenta, teniendo en cuenta que era una mujer, vestida siempre de negro y equipada con un arco y su respectivo carcaj de flechas, y un cuchillo a la cintura. Avanzaban a paso rápido, al mismo ritmo, con zancadas largas, diferenciables sólo en la ligereza de las de ella, más ágil y sigilosa. 
Y no hablaban. Cruzaban alguna palabra de vez en cuando, al percibir alguna novedad en el camino o, si estaban animados, comentado alguna cosilla de los que se cruzaban con ellos, mirándolos extrañados. Pero generalmente, avanzaban en silencio, él, mucho mayor, concentrándose en sus músculos y en mantener una respiración equilibrada; ella, con la cabeza alta, pero la mirada baja, fría, distante, lo que indicaba que se hallaba sumida en sus pensamientos. 
Y aun así, no se les pasaba nada por alto. No se podía decir que su labor no fuera de utilidad: notificaban sobre las huellas de los animales, para cazarlos o mantenerse alertas ante los posibles predadores de los rebaños de la aldea; sobre la actitud de los mismos, y los cambios en el tiempo, que muy pocos se molestaban en advertir; sobre las zonas en las que aparecían setas o frutas silvestres, por ejemplo. 
De vez en cuando, algún campesino que volvía de labrar sus tierras se detenía saludarles, y si había confianza, a hablar con él. Con ella, bueno, acababa de volver a la aldea después de pasar años formándose en la lejana capital, y la confianza de cuando era niña se había esfumado. Y su mirada, fría y distante, inquietaba a sus vecinos.
Nadie entendía el porqué de esta repentina rutina, que no tenía razón de ser aparentemente. 
El tiempo pasó y, al final, los habitantes de la aldea dejaron de comentar el asunto. Pero ellos siguieron, invariablemente, patrullando alrededor de la aldea todos los días.


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Si te aburres, deja volar tu imaginación. Estamos obligados a vivir en este mundo, pero eso no impide que hagamos una pequeña visita a otros ;)