martes, 31 de mayo de 2011

Montaña Rusa (30/5/2011)


Se tumba pesadamente y se tapa, suavemente, con calma, apenada. Una vuelta y otra, y otra más. Se enfada y se quita el edredón, de repente hace calor. Un puñetazo a la almohada, se levanta de golpe, enciende el ordenador... y nada. El arrebato de ira desaparece, dejando una sensación de vacío y tristeza de nuevo. Otra vez a la cama, ahora sólo se cubre con la sábana. Da vueltas de nuevo, piensa en ella, en él, en todos. Intenta escaparse a su mundo paralelo, pero los recuerdos se cuelan y reflexiones cada vez más pesimistas perturban el remanso que buscaba, amargando todavía más su noche. Recuerda una conversación y se preocupa, sin motivos ni sentido, sin resultados. Piensa en alguna tontería y sin más echa a llorar, sin razón aparente. Quiere ser consolada, pero no sabe de qué, ni cómo, y se frustra y enfada de nuevo. Quiere desahogarse, escapar del vaso de agua en el que se está hundiendo. Se levanta casi sin energías, dos ríos corriendo por sus mejillas, y vuelve a conectar el portátil. Los dedos se deslizan acariciando las teclas mientras espera que aparezca el fondo de pantalla. De repente, cambia de opinión y baja la tapa de un golpe, vuelve a la cama enfadada. Sin más. Los ruidos de la noche le molestan, está a punto de salir a pegar cuatro gritos, se contiene. Se le han adelantado. Entre vueltas oye un secador, la vecina se queja. Se echa a reír, una pequeña carcajada, porque se siente identificada. Consigue evadirse por un momento, quizá un par de horas en las que, si bien no es feliz, al menos se mantiene a flote y tal vez duerme algo. De nuevo vueltas y más vueltas, pensamientos, recuerdos, sentimientos y emociones que se pelean por apoderarse de su cuerpo y su mente, sin tregua ni ganadores, aunque parece que destacan la tristeza, frustración, ira e indiferencia. A veces asoma algún brote de alegría espontánea, piensa en reírse pero teme que las carcajadas suenen a histeria. Pero sobre todo miedo, de sí misma, de su comportamiento, de la montaña rusa en la que de repente se encuentra sin saber cómo ni cuándo ha subido, sin la más remota idea de cuándo podrá bajar. La mañana se cuela por las rendijas de la persiana acompañada de los trinos y gorjeos primaverales de los pájaros. Al principio le molestan, luego los considera agradables, le vuelven a molestar. Todo se ha puesto en su contra. Ya es la hora, se levanta de mala gana. Esa mañana va a la piscina, una hora después casi es ella misma. Nadar le resulta relajante, y se da cuenta de lo que le va pasando. Con cierta perspectiva, todo es más claro; la montaña rusa le había mareado demasiado, ya no podía ni pensar lógicamente. Aunque eso no significa que vaya a estar mejor. Lo que le ocurre por desgracia no tiene consuelo, tampoco lo quiere ya, pues no son más que tonterías. Vuelve a su cuarto, y por el camino se da cuenta de que lleva un par de días un poco tonta, pagándolo con el resto, con los que le importan, creyendo que los que estaban raros eran ellos, emparanoiada con cosas de su invención e ignorando sin darse cuenta el mundo en el que se supone que vive. Quiere pedir disculpas pero no sabe cómo hacerlo. Vuelve al ordenador dispuesta a escribir, al menos relatar lo que le ha pasado. Pero las Musas no acuden y se vuelve a enfadar. Baja a comer, de nuevo la apatía y la tristeza se adueñan de ella. Explica lo que le pasa, le comprenden, también han pasado por lo mismo. Y ella desde luego no es la primera vez que lo sufre, lo que no puede explicar es cómo ha tardado tanto en darse cuenta, dejando que afectara a alguien más.
Pero hay todavía gente que no lo sabe, con quien no ha podido sacar el tema, por lo que, casi sin ganas, decide escribir algo al respecto. No sabe si lo leerán o no, le basta con saber que tiene la oportunidad de redimirse. Se conecta y empieza a escribir... no está satisfecha con el resultado, pero no sabe de qué otro modo expresarse. Si hubiera alguien interesado, lo entendería o preguntaría. Para ella ya es suficiente, empieza a arrepentirse de haber escrito semejante parrafada. Le falta el título para poder apagar el ordenador e irse a dormir con la esperanza de que luego la tarde sea mejor.
"Escribe un título aquí..." Tal vez, algo que definiera su estado como el texto que ha escrito no lo ha hecho, concisamente:
Montaña Rusa

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