lunes, 29 de octubre de 2012

Es un juego, pero es SU juego

Camina a paso tranquilo por las calles. No están demasiado concurridas, la gente se apresura hacia sus destinos, intentando escapar del frío viento cortante. Un día normal, como otro cualquiera.
Va mirando sus pasos mientras se dirige hacia su casa, a su habitación, vigilando no tropezar con alguna baldosa traicionera, mientras se sumerge en sus pensamientos, casi sin prestar atención al recorrido en sí, ya casi tan conocido como la palma de su mano, la mochila colgando a un lado y golpeando suavemente su costado con cada paso, los puños cerrados en sus bolsillos para mantener el calor.

No hay tiempo ni espacio, sólo ella caminando.

Y entonces llega a la última bifurcación, y gira por su calle. Esquiva a una persona rápidamente, se detiene y alza la vista. La larga calle, que desde donde está ella parece infinita, está atestada, como siempre. No importa lo tardío de la hora, la noche ya cerrada, ni el gélido viento, la gente sigue pasando, ocupando el espacio hasta donde alcanza su mirada. 
Suspira pesadamente, agobiada sólo por pensar en el tumulto. Y alza un poco más los ojos, y encuentra la luna, esa noche ya llena, brillando suavemente.

Y le apetece jugar, el mismo juego de siempre. Así que cierra los ojos y agacha ligeramente la cabeza durante apenas unos segundos. Al volver a abrirlos, un brillo decidido los ilumina, y una sonrisa lobuna cruza su rostro. Y sabe que nadie podrá tocarla, a menos que ella se deje.
Empieza a caminar de nuevo, con calma al principio, acercándose paso a paso a su cubil. Pero se deja poseer por el espíritu del juego, y a medida que avanza esquivando a la multitud, acelera el ritmo. Más y más y cada vez más rápido, casi riéndose mientras realiza complicados quiebros. Y sigue acelerando, hasta que parece que va a echar a correr, saca las manos de los bolsillos y empieza su desenfrenado baile, cruzando la calle casi de lado a lado, esquivando sin detenerse ni una décima de segundo en contemplar a su alrededor, sin ver nada que no sean las sombras que evita y los mechones sueltos que escapan de su pelo recogido.

Cuando llega, se detiene de golpe. La chaqueta abierta no ha rozado nadie, ni la mochila ha golpeado nada. Y, por supuesto, nada ha conseguido alcanzarla a ella.
Ríe suavemente mientras recupera la respiración, recoloca suavemente sus mechones rebeldes y apaga el brillo de sus ojos, ese brillo suyo tan característico. La sonrisa ya no es lobuna, y vuelve a ser la de siempre.
Mientras sube piensa en lo que hace, en el juego tonto de todos los días. Pero le viene bien, porque es un juego de ella

Es un juego, pero es su juego. 
 
Y de vez en cuando, conviene darle un capricho inocente.

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