sábado, 29 de septiembre de 2012

Por estos días

Odio estos días. Los odio tanto como los aprecio.
Días en los que aunque tengas millones de cosas por hacer, parece que no avanzas y que el tiempo se ha detenido contigo. Que las manecillas del reloj han dejado de cantar su incesante tictac, y la lluvia que debería repiquetear incesantemente contra los cristales se ha quedado suspendida en el aire. Que el viento ya no sopla agitando las copas de los árboles, ni se cuela su frío aliento por los resquicios de la ventana.

Pero lo peor, es que no tengo millones de cosas por hacer ahora mismo. Y muchas de las que quisiera realizar, no puedo. Y el resto no me apetecen.

Ésa es otra parte de estos días extraños, odiados y amados. Quiero hacer cosas, pero no me apetecen. Se lo achacaría a la pereza, pero sé que, esta vez, estos días, no es por eso. Porque cuando quiera me puedo levantar y hacer lo que sea que me proponga. Pero hoy no tengo ganas, simplemente.

Hoy es un día que me invita a quedarme quieta, bien abrigada, mientras escucho cómo llueve. Un día que me lleva a rellenar los minutos, lentos y perezosos, de actividades vacías de sentido, de improductividad. Y, evidentemente, esto me causa un aburrimiento mortal. Da incluso la sensación de estar fuera de todo tiempo y lugar, de haber escapado a las normas que rigen el mundo. Lo único que hago es revisar una y otra vez. ¿El qué? Recuerdos, historias, fotos. Todo. 

Por eso me gustan tanto estos días. Porque me traen el recuerdo de una tarde de tormenta en un viejo piso que, por mucho tiempo que pase, mi memoria seguirá recordando palmo a palmo. Un caudal interminable de agua de lluvia deslizándose frente a nuestros ojos. La ilusión de los rayos y truenos, chillidos de excitación. Y risas mientras tomamos una taza de chocolate caliente y pegamos los montones de calcomanías acumuladas de los bollos en cartones, porque nunca nos los llegaremos a poner, y así quedan más bonitos. Y otro recuerdo, del mar bravo batallando contra el viento y la lluvia, visto desde una pequeña terraza, donde parecía que te podías perder en la oscuridad de la tarde y la ferocidad de la tormenta, y quedas sobrecogida por su magnificiencia. Y otro en una terraza mucho más amplia, charlando mientras las gotas empiezan a caer, y decido salir y mojarme un poco, apenas sentir dos gotas. Y muchos más.

Y mientras repaso mis escritos, mis canciones favoritas, mis fotos, voy recordando todas estas historias, aunque no tengan ni la más mínima relación entre ellas.

Odio estos días porque en realidad no hago absolutamente nada. Pero me encantan, porque me dan la oportunidad de volver la vista atrás, de reflexionar sobre cómo era y cómo soy, de sonreír, muchas veces con lagrimillas nostálgicas escapándose a traición de mis ojos, con las historias de tantas situaciones. Y eso, aunque no lo parezca, aporta mucho. El sentimiento de plenitud, de satisfacción, al recordar tantos momentos felices.

Y mientras sigo haciendo el tonto, espero. Espero novedades que sé que están por llegar, porque aunque parezca que el tiempo se ha detenido expresamente para mí, no es así. Novedades que, aunque tarden y me angustien, sé que en algún momento, en algún tiempo perdido, se convertirán en recuerdos e historias de los que podré disfrutar. Cuando vuelva a aparecer uno de estos días.

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